Dicen que una montaña se la considera montaña, si supera más de 700 metros de altura desde la base hasta su cima y una colina apenas supera los 100 metros. (Yo a veces no las distingo).
Irme a Canadá ha sido para mí como subir el Everest, permitidme que haga ésta comparación para explicaros lo que quiero contaros…
Durante este año he salido muchas veces de mi zona de confort (ni las puedo contar), pero irme completamente SOLA y a un país donde el idioma no era el español, ha sido para mi una de mis grandes batallas, un reto que desde que sentí que quería hacer se convirtió en mi montaña a escalar.
Recuerdo como todo el mundo me animaba cuando lo conté, cómo todo el mundo en parte quería estar en mi lugar, poder dejar de trabajar un año para viajar y disfrutar de la experiencia…
Pero yo hace 9 meses, me sentía muy pequeña, tenía tanto vértigo que sólo me bloqueaba con la idea. Solo saber la altura de aquella montaña me impresionaba (porque entonces ni veía la cima).
Durante todo el tiempo antes de irme
Estuve trabajando en no perderme de mi objetivo, en no distraerme, en no olvidar lo que me hizo moverme tras un “terremoto personal” (Tal vez eso fue lo que me hizo sacar a la luz lo que me movía durante años).
Pero ahí me encontraba yo, cada vez que tenía que tomar decisiones en cuanto a irme al extranjero, como de una montaña real se tratara, me costaba dar el primer paso, no avanzaba.
Y cuando hablaba del tema me temblaba la voz, a veces daba largas, el miedo me hacía que temblaran mis piernas, dudaba y a veces lloraba.
Ha sido una montaña que incluso pensé en abandonar… porque ¿Para qué lo iba a hacer, si estaba más cómoda aquí? ¿Para qué si podía aprender aquí en casa? Me buscaba todo tipo de preguntas cuya respuesta siempre era muy fácil de conseguir.
Aceptar un reto nuevo no es fácil y empezar a caminarlo mucho menos.
La autodeterminación personal, la voluntad de uno mismo, la actitud de sí quiero y voy a lograrlo es difícil mantenerla cada día.
La tenacidad y el empeño pueden esfumarse cuando menos te lo esperas, porque a veces, te puedes rendir, a veces te puedes apagar y tus deseos vuelven a quedar en un segundo plano.
Un nuevo reto, una situación desconocida, una experiencia imprevista… se miren como se miren son montañas que pocas personas consiguen ver en un primer momento como colinas fáciles de escalar.
Porque durante ese primera escalada, sabes mirando hacia arriba, que te puedes caer y dolerá, que no sabes si saldrá bien o saldrá mal.
Porque arriesgar implica perder, aunque también implique ganar.
No sabes si las decisiones que tomarás serán buenas o serán malas y tú mismo te haces dudar y si sale mal, incluso te puedes llegar a martirizar.
Un reto personal
Y es que lo difícil de subir la montaña, es dar el primer paso.
(Y pocas veces vemos esto)
Lo difícil de empezar en un trabajo es el primer día, lo difícil de terminar una carrera es no saber que pasará al día siguiente, lo difícil de terminar una relación es caminar el primer día solo…
Porque una vez se anda el primer paso, una vez que empiezas a escalar esa montaña, no puedes parar.
Tienes que seguir.
Y sigues andando y andando hasta que un día ves un poco más cerca la cima y un poco más lejos el pie.
Entonces echas la mirada atrás y ves todo lo que has andado.
Te sorprendes, sientes un orgullo que jamás apareció ni pensaste que podrías tener una vez hecho el recorrido…
De repente llegaste a la cima, la disfrutas, la sientes y respiras hondo, para volver a coger aire y empezar a bajar.
Aunque ésta vez lo que te había costado meses aceptar, digerir y trabajar… te das cuenta que no era para tanto, que lo volverías hacer sin pensarlo dos veces, que lo que bajas ahora no es una montaña, es una colina. Mucho más fácil.
Hasta la siguiente montaña.
Aunque es al revés… te recomiendo ésta curiosa película «El inglés que subió una colina y bajó una montaña» sobre ? colinas que se convierten en montañas ?. ¡Un reto a conseguir!