Hay una delgada línea
Que nos hace perdernos entre lo que DEBEMOS hacer y lo que cada uno QUIERE hacer a lo largo de la vida.
Bien, porque lo hemos aprendido así, o bien, porque vemos que es lo que se tiene que hacer en la sociedad, lo normalizado. Por qué por mucho que nos neguemos o por mucho que queramos diferenciarnos del resto… necesitamos ser aceptados por la sociedad. Buscamos su aprobación, considerarnos parte de un todo, sentirnos que pertenecemos a un grupo.
Lo que debemos hacer, lo sabemos de sobra, pero ¿sabemos qué es lo que realmente queremos en nuestra vida?
A medida que ido creciendo, incorporé la siguiente frase en mi alegato vital:
“No sé lo que quiero, aunque sí sé, lo que NO quiero en mi vida”
Y he ido avanzando poco a poco, descartando aquellas cosas que realmente sé que no me hacen feliz, aquellas cosas que no me suman y si me restan. Pero ahora que le pongo atención a dicha frase, no sé si estoy del todo en lo cierto… Por qué si no sé qué es lo que quiero… ¿cuál es el rumbo que debo (quiero) tomar?
Hay personas que saben a dónde van o por lo menos a dónde quieren llegar. Creo que son personas fuertes, firmes, constantes y persistentes. No tienen por qué ser así en todas sus facetas, a lo mejor sólo lo tienen claro en el trabajo o a nivel sentimental. Pero van a por ello, hasta que lo consiguen. ¡Suertudos!
Pero para otros, nos enseñan a ir a por un objetivo, alcanzar un propósito, llegar a una meta, conseguir un logro… a corto o a largo plazo. Y debemos ir a por ello, aunque no disfrutemos del camino, no disfrutemos del proceso y encima si no lo conseguimos, todo nuestro esfuerzo parece que no sirvió de nada.
El ser humano es derrotero por excelencia
El camino hasta llegar a tu propósito, muchas veces es más importante que el propósito mismo, pero eso nunca ni se ve ni se aprecia. Nos interesan sólo los resultados. Leí una vez que “a los adultos solo les interesan las cifras” y mira que cuando somos pequeños, los profesores siempre tienen en consideración a aquellos estudiantes que progresan constantemente, que lo siguen intentando, esforzándose día a día.
Pero ¿Por qué las empresas (los adultos) no lo valoran?
No siempre se obtiene un resultado de lo que se hace o no siempre se obtiene un resultado bueno de lo que se hace.
Los objetivos se pueden sustituir, transformar, reinventar. Empiezas con un objetivo en el que crees firmemente y cuando te sientes preparado para alcanzarlo y cumplirlo… a veces te acojonas, porqué una vez conseguido, ¡llega un cambio! ¡Un nuevo objetivo a establecer!
Y ahí, hay un momento justo antes de alcanzar esa meta, donde te encuentras en una encrucijada, porque llevas tiempo buscando un cambio, mejorar tu situación laboral, independizarte, cambiar de ciudad, avanzar con tu pareja… y es entonces, cuando haces balance y ves que hay cosas que no quieres cerrar ni personas que quieres dejar por el camino, pero sabes que DEBES cogerlo. Sabes ¡que es tu oportunidad para conseguir tu objetivo!
Así, empezamos a mezclar, el deber, tener y querer.
Sabes lo que DEBES hacer, aunque justo ahí no QUIERAS del todo hacerlo.
El debemos hacer y el tener que hacer, son obligaciones.
Nos llenamos el día de expresiones como “debo hacer esto”, “tengo que hacer aquello” y en cambio no utilizamos el “me apetece hacer”, el “quiero aprender”, “voy a realizar tal”… Deberíamos escucharnos más nuestra forma de hablar y trabajarla para aunarla con nuestra forma de sentir.
Sabes que debes coger ese vuelo, porque tienes que enfrentarte a esa situación, porque enfrentarte a tu miedo, te hará mejorar y hace tiempo quisiste verte capaz de hacerlo (tu objetivo).
¿A dónde te llevará o qué conseguiré? No lo sé, aunque tengo la certeza de que aunque “No sé lo que quiero, sí sé, lo que no quiero en mi vida”
Por lo tanto, sé lo que DEBO hacer en algo que en algún momento QUISE hacer.
Deberíamos compaginar más en nuestro vocabulario el DEBER y el QUERER. Pues si sólo hacemos lo que debemos, reprimimos nuestra esencia y si sólo hacemos lo que queremos, me temo que no siempre encajaremos en la sociedad actual que vivimos.
¡Eso sí! No siempre hay que hacer las cosas pensando en el resultado, disfrutemos del proceso, del camino, de lo que vamos aprendiendo en el día a día. Ese será realmente nuestro gran aprendizaje.